Todas las mañanas, una familia de gorriones preparaba una algarabía en el tejado de la granja.

En ésta vivían Fritz, su mujer Gudrun y su hijo Sigfried, que acababa de cumplir cinco años y estaba enfermito desde hacia un mes.

Todo el dinero que habían ahorrado se lo estaban gastando en medicinas para el niño y ya casi no les quedaba nada y Fritz estaba  desesperado.

Los pájaros, después de picotear los granos de trigo de las espigas – que estaban a punto de ser recolectadas – hartos de comer, volaban hasta el tejado y allí revoloteando y regañando entre ellos piaban sin cesar.

A Fritz le preocupaba porque temía quedarse sin cosecha y no tendría con que pagarlas medicinas de su hijito.

Un día Gudrun le dijo a su marido:  -¡Fritz coge la escopeta!-

Éste se quedó pensativo pero le daban tanta pena los pájaros que desechó la idea.

Se acercaba al tejado e intentaba espantar a esos alborotadores, pero encarándose con él parecía que se reían, se burlaban, y haciendo mueca decían: – chilla, chilla, que por mucho que grites aquí no nos puedes coger.

Así un día y otro.

El granjero veía cada vez mas vacías las espigas. Se puso a pensar en una solución y tuvo una idea: – Colgaré unos CDs viejos, que con sus destellos brillantes al ser movidos por el viento asustará a los gorriones –

Los pájaros se acostumbraron enseguida, llegando a columpiarse en ellos mientras se burlaban del granjero.

Y vuelta a las andadas.

Fritz estaba desesperado, fue al pueblo y con las ultimas monedas que le quedaban compró unos cohetes, y cada vez que los gorriones se abalanzaban sobre las doradas espigas encendía un cohete y zzzzzz………… BOOOM – todos a volar en desbandada al tejado de la granja, repitiendo las burlas.

Pero también llegaron a acostumbrarse.

Entonces Fritz construyó un espantapájaros y le puso por nombre Franz.

Gudrun pensó – esto les asustará y les mantendrá a raya.

Todo inútil, también se acostumbraron a verle e incluso al cabo de unos pocos días se le subían por todos lados y reían y se burlaban del pobre espantapájaros diciéndole: – ni siquiera puedes mover los brazos como el granjero y tampoco puedes correr detrás de nosotros, incluso eres más feo que él. Y le daban picotazos en la nariz y salían volando y piando repetían: -anda corre detrás de nosotros y alcánzanos si puedes –

Franz se quedaba muy triste y compungido y por la noche el roció dejaba unas lagrimas en sus ojos de carbón, que brillaban a la luz de las estrellas.

Una mañana Fritz, al ver que ya no había dinero y la comida escaseaba pensó en lo inútil que era el espantapájaros. Acercándose a el le dijo: – no cumples con tu misión, uno de estos días te echaré a la lumbre. Por lo menos servirás para darnos calor.

Por la noche Franz se decía: -si por lo menos pudiera moverme, me iría lejos de aquí –

Tanta congoja sintió que una lagrimas brotaron de sus ojitos negros y rodando por sus mejillas mojaron la vieja y ajada camisa de cuadros.

En esto que paso por allí un hada del bosque y al verlo tan triste le pregunto: -¿Qué te pasa? –

Él le contó su problema y ella contestó: -no te preocupes, mañana estará resuelto –

Sacando su varita mágica esparció una especie de polvo de estrellas sobre el campo de trigo.

A la mañana siguiente la bandada de gorriones voraces y glotones se abalanzaron sobre las espigas y comieron hasta hartarse.

Ya en el tejado, después de los consabidos juegos, riñas y algarabías, comenzaron a sentirse raros, les estaba entrando una especie de sopor.

Al atardecer el jefe de la banda, levantando la voz, dijo a sus compinches: – vámonos a dormir al bosque –

Se posaron en las ramas y poco  a poco entraron en una especie de letargo.

Sin darse cuenta sus cuerpos se estaban transformando lentamente.

Las plumas se cayeron y su cuerpo se fue cubriendo de una piel oscura,  casi negra. Las patitas se transformaron en una especie de garras, las alas tenían membranas, en la cabeza les salieron unas enormes orejotas y su piar se convirtió en un chillido estridente.

¡ Se habían convertido en murciélagos ¡

Cuando salió la luna el hada del bosque les dijo:

– Por el mal que habéis hecho durante el día, ahora volareis por la noche –

– Por haberos comido el trigo de Fritz, ahora os alimentareis de insectos –

– Porque vuestro piar era para burlaros del granjero, ahora solo emitiréis un chillido desagradable –  Se dio media vuelta y desapareció dejándoles estupefactos.

Al despertarse el granjero a la mañana siguiente le dijo sorprendido  a su mujer:   -no se oyen los pájaros, que raro –

 Salió fuera y no vio ningún gorrión en el tejado. Corriendo fue al campo para ver si habían terminado de comerse la cosecha y tampoco los vió.

Pero sí pudo observar que las plantas crecían hermosas y que las espigas estaban rebosantes de grano y que no había ningún insecto por los alrededores.

Contentos pudieron cosechar y comprar las medicinas.

El niño se curó y todas las noches se sentaba fuera en el porche con sus padres pudiendo observar felices, al resplandor de la luna, como los murciélagos libraban de insectos su campo.