Un sábado de muchísimo calor, después de la comida y sentado en mi sillón favorito, me quedo traspuesto viendo en la tele el programa  “canal viajar”.

Me encuentro camino del campo de golf, de repente el coche hace unas cosas extrañas y se para.

No puedo volver a ponerlo en movimiento a pesar de que el motor ruge como un león enfurecido, pero las ruedas están paralizadas, no quieren girar, no les llega la fuerza.

¿Será por miedo al león?

Hace un sol de justicia se me calienta la cabeza, los pensamientos comienzan a arremolinarse sin sentido.

Por fin llega la grúa.

El mecánico me dice que no hay solución inmediata.

Se ha roto la caja de cambios automática. Mi coche con doce años no ha podido resistir mas.

Llegamos al taller.

No tiene solución, está para el desguace.

Descanse en paz.

Me compraré otro.

Uno de esos asiáticos que están de moda.

Será un todo terreno grande, diesel, automático, con tracción selectiva a las cuatro ruedas, ABS, navegador, controlador de marcha, climatizador (pues hace un calor infernal), manos libres, blue-tooth, con un maletero amplio donde quepa la bolsa de los palos, el carrito y la bolsa de viaje con toda la indumentaria para jugar al golf.

Observo que la bolsa de los  palos esta muy gastada. No importa, me compraré una que tenga además separador de palos para que éstos no se dañen y varios compartimentos: para el paraguas, para el traje de agua, para las bolas y los tees, para un termo donde pueda llevar agua muy fresquita (estoy sudando como un pollo), etc.

 

El carrito porta-bolsa, viejo, al que le chirrían las ruedas, lo cambiaré por uno eléctrico con mando a distancia.

Lo estrenaré en un campo junto al mar, donde pasaremos mi mujer y yo, una semana descansando y disfrutando de la playa.

Repentinamente el timbre del teléfono me despierta.

Hola Pedro que hay, dime:

¡No nos ha tocado el euromillón!